viernes, 15 de mayo de 2015

Los Kukukuku, adoradores de los muertos.

Oceanía nos puede brindar de los lugares mas curiosos a los mas bellos. Entre ellos, podemos encontrar Papúa-Nueva Guinea,una isla donde sus habitantes hablan cerca de 700 lenguas distintas.



También podemos encontrar casi 1000 grupos étnicos, enfrentados algunos desde hace 60.000 años.  Aquí sólo tienen un dicho. "Si no eres de mi tribu, eres mi enemigo".

Esto hace de la mayoría de los papúes unos indígenas belicosos y terribles a nuestros ojos, pero entre los pueblos de Papúa-Nueva Guinea los realmente feroces y temibles son un pequeño grupo que vive en las montañas de la costa norte de la isla, en lo más alto de la región de Morobe: los angus, un pueblo al que todos los demás llaman con evidente temor los "Kukukukus" y del que los antropólogos saben poco.


La aldea Koke, en la provincia de Morobe, hogar de estos adoradores de los muertos, está situada a 1.500 metros de altitud y fue descubierta por la antropóloga británica Beatrice Blackwood.
Son guerreros y feroces, a pesar de  sus menudos cuerpos, pues la media está en 1,50m. Sus prácticas son muy curiosas. Una tribu dominante y muy violenta, siendo considerados como uno de los misterios de la antropología. Los Kukukuku forman un pueblo que se dedica a restaurar incansablemente los restos embalsamados de sus antepasados para que luzcan siempre como el primer día.




Su ley impone la práctica de relaciones homosexuales entre jóvenes y adultos, con el fin de mantener un control de natalidad. Estas prácticas, obligan a los jóvenes a realizar felaciones a los adultos y beber su semen, también con el fin de que este les otorgue la fuerza y valía de un guerrero adulto.

Este ritual provoca pánico en las tribus rivales, pero los Kukukukus, tiene su propio némesis, que es el miedo a las almas de sus difuntos y la de espíritus malvados, lo cual lleva a esta tribu a no enterrar nunca a sus muertos.



"Si la tierra probara sus fluidos, luego pediría más y éste sería un lugar sediento de sangre que pediría constantemente nuestras vidas".

En lugar de enterrarlos, los momifican. Comienzan extrayendo los órganos del cadáver. Después los atan a una parrilla que colocan sobre suaves brasas para que se deseque lentamente. 
Los fluidos que se destilan del cadáver son bebidos por los parientes cercanos para recuperar la esencia del muerto y evitar que toquen la tierra. Los familiares se encierran en una cabaña donde velan al muerto día y noche durante 2 o 3 meses sin salir en ningún momento. 
Al finalizar el velatorio, trasladan a la momia a la cima de las montañas para que se unan a sus ancestros.

Algunas de las momias más antiguas de la tribu ya son centenarias y se conservan muy bien, ya que continuamente reciben cuidados por parte de los Kukukuku. Por ejemplo, untan con resina los restos de piel que quedan en los huesos, reduciendo así la actividad bacteriana y también eliminando el mal olor producto de la descomposición. 

                                                    Una vez al año, se les baja para "repararlos"
                                  
También usan una savia llamada kaumaka, que extienden sobre el cuerpo embalsamado y, con tizones al rojo vivo, la funden para sellar las grietas, a modo de pegamento. 
El arte de conservación de los Kukukuku pasa de generación en generación gracias a las clases magistrales que imparten los ancianos a los más jóvenes, en las que usan un cerdo que se seca y ahúma hasta que pierde el agua y la grasa. Cuando posteriormente se aplica esta técnica a un cadáver humano, el proceso de ahumado puede durar de 2 a 3 meses, dependiendo de las hechuras del fallecido. Hasta nosotros han llegado los detalles de este proceso secreto gracias a un misionero protestante, Walter Eidam, que en el año 1950 convivió con la tribu, convirtiéndose así en el primer blanco en acceder a este conocimiento ancestral. 



Las momias, tan lustrosas ellas, se exhiben en una suerte de galería, y todas permanecen semi sentadas gracias a unos palos de madera que las sujetan en esta posición. Allí es donde los indígenas de la aldea Koke acuden en busca de consejo y protección. Como si las momias formaran parte de un comité de sabios realmente avejentado.


Desde hace unos 20 años, sin embargo, el Gobierno de Papúa ha prohibido estas prácticas de momificación por razones higiénicas y los Kukukuku han comenzado a realizar ritos funerarios más convencionales.


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