Esto es lo que presentaba en esa novela, anticipatoria, en esa distopía. Tanto es así que el hecho de que todos estemos o empecemos a estar completamente locos, está condicionando este mundo, en infeliz.
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Su nombre es Mendi Lewis estaba dejando la adolescencia, cabello largo rizado, porte atractivo, ojos desafiantes, pero pese a todo en su fuero interno era muy crítica consigo misma. Tímida, inquieta...
Unas relaciones familiares complicadas, algún que otro fracaso personal... La joven comenzó a faltar a clase, se dejaba caer por los parques en los que pasaba todo el dia acompañada por otros jóvenes igual de desorientados, igual de aficionados a la hierba que ella. Empezó a adelgazar, a perder su aspecto, se estaba convirtiendo en lo que sentía porque ella se sentía fea, estúpida, cobarde, insignificante, una estafa de persona...
Y acudió al psiquiatra. Su madre la obligó. El médico era además un prestigioso doctor. Un médico de primera que sabía como la esquizofrenia se estaba adueñando de la sociedad. La trató como pudo. Primero la medicó y después la ingresó. El tratamiento para la psicosis era todo menos un tratamiento. Los fármacos la hundieron todavía mas. Se sentía deprimida. Cada vez mas terriblemente mal. Tal vez los médicos tenían razón y es que tal vez su mal, era irreparable.
Pero un buen día en el hospital psiquiátrico conoció a una profesora y empatizaron. La maestra descubrió su don oculto, escribir. Dejó el hospital, se negó a seguir allí en contra de todas las recomendaciones. Dejó la medicación y pudo desarrollar su vocación, comenzó a tener éxito. Hoy Mendi Lewis es una escritora importante, profesora y novelista.
El médico que la trató se convirtió en director del DSM-4 que es algo así como la biblia de la salud mental. Es el catálogo donde se exponen todas las enfermedades, su manifestaciones, la forma en la que se presentan, también el tratamiento que requieren. Ella recuerda (calificada erróneamente de esquizofrénica) fue hospitalizada durante 2 terribles años. El joven médico que la trató por aquellas fechas la sometió a un tratamiento que fue perjudicial. No se dió cuenta de su error hasta que fue dada de alta. Libre del sistema se recuperó y maduró hasta convertirse en una mujer maravillosa y brillante. Me avergüenza decir (decía el médico) que yo era quien la trató y contribuyó a que su vida fuera mas dificil.
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Quien dice esto se llama Allen Frances, está arrepentido de lo que hizo, denuncia al sistema, a cómo se están haciendo las cosas en psiquiatría tras la publicación de los últimos manuales. Denuncia que la enfermedad, ahora es la normalidad. Que la normalidad la han convertido en tal, en enfermedad. Allan Frances es uno de los psiquiatras mas importantes del mundo y no le duele el decir que todo empieza a ser un gran fraude, que hay un exceso de diagnósticos.
En el anterior vídeo lo hemos oído según se expresaba en la Asociación Madrileña de Salud Mental. Acaba de plantear el mayor ataque que jamás ha recibido la psiquiatría moderna. Desde hace varios años que se habían dado a conocer informaciones similares pero nunca habían procedido de nadie que había contribuido a construir el sistema. Allen Frances había dirigido el DSM-4 y apartado, retirado de la práctica activa le invitaron a asistir a una de las reuniones preparatorias del DSM-5, la actualización de esa biblia que según sus palabras fue utilizada por determinadas partes del sistema para diagnosticar con toda tranquilidad algunas conductas y tipificarlas como enfermedades y por supuesto, tratarlas con fármacos.
Entrevista extraída de XL Semanal:
XLSemanal. En una fiesta, usted se percató de que algo iba mal con el nuevo manual...
Allen Frances. Sí, era una fiesta de psiquiatras que trabajaban en su redacción. Estaban eufóricos... Después de una hora de charla con mis colegas, me di cuenta de que me podían diagnosticar cinco enfermedades mentales según los nuevos criterios. Y le aseguro que soy una persona de lo más normal.
XL. ¿Qué enfermedades?
A.F. Me encantan las gambas y las costillas. Y cada vez que pasaba un camarero con la bandeja cogía... Es un claro síndrome del comedor compulsivo. Además, se me olvidan los nombres y las caras, lo que puede considerarse como un trastorno neurocognitivo menor. Mis preocupaciones serían fruto de un trastorno mixto ansioso-depresivo. Soy bastante hiperactivo y despistado, síntomas de trastorno de déficit de atención adulto. Y la pena que siento por la muerte de mi esposa se puede diagnosticar como un trastorno depresivo... ¡Ah!, y todo eso sin contar las rabietas de mis nietos, que padecerían un trastorno desintegrativo infantil.
XL. Usted lideró la elaboración del manual anterior y ya fue muy crítico...
A.F. Sí. Y eso que fuimos muy cautelosos a la hora de introducir cambios. De hecho, solo aceptamos dos de los 94 nuevos trastornos propuestos. Pero no sirvió de nada. La industria farmacéutica buscó los resquicios para meternos varios goles. Y a pesar de nuestras mejores intenciones, hemos asistido a varias epidemias psiquiátricas en los últimos años.
XL. ¿Cuáles?
A.F. Trastorno por déficit de atención, autismo y desorden bipolar. Se ha diagnosticado a millones de personas, que ahora dependen de antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos, somníferos y analgésicos. Nos estamos convirtiendo en una sociedad adicta a las pastillas. El 11 por ciento de los adultos y el 21 por ciento de las mujeres de los Estados Unidos tomaron antidepresivos en 2010; el 4 por ciento de nuestros niños toman estimulantes; el 25 por ciento de los ancianos en asilos han tomado antipsicóticos. Hay más visitas a urgencias y más muertes a causa de los medicamentos que por culpa de las drogas ilegales compradas en la calle. Las compañías farmacéuticas pueden ser tan peligrosas como los cárteles de la droga.
XL. ¿Los laboratorios presionan a los que redactan el DSM?
A.F. No directamente. Pero siempre están a la expectativa, buscando entre líneas las oportunidades de negocio. Aprovechan cualquier ambigüedad, cualquier trastorno no suficientemente definido... Y luego tienen un marketing muy potente que dirigen a los pacientes, con anuncios en televisión, revistas, Internet; y también a los médicos de atención primaria. El 80 por ciento de las pastillas las recetan médicos de cabecera después de una consulta de siete minutos.
XL. ¿Y qué cree usted que va a pasar?
A.F. El nuevo manual ha introducido muchos trastornos que en realidad son las reacciones normales de la gente normal a las vicisitudes de la vida. El resultado es que habrá nuevas epidemias psiquiátricas. Y eso se traducirá en un consumo excesivo de fármacos que pueden ser muy dañinos, además de caros. La triste paradoja es que se está medicando a mucha gente que no los necesita. Y no se trata a los que de verdad los necesitan. En los Estados Unidos tenemos a un millón de enfermos mentales en las cárceles.
XL. Pero los DSM tienen un prestigio enorme...
A.F. Hasta los años ochenta eran unos libritos que no leía casi nadie. Pero llegó el DSM-III, un libro muy gordo que se convirtió en un superventas y a partir de entonces estos manuales se consideran la biblia de la psiquiatría.
XL. ¿Por qué?
A.F. Porque tienen un gran impacto en la vida de las personas: señalan a quién se considera sano y a quién enfermo, qué tratamiento se aplica, quién lo paga, quién recibe prestaciones por invalidez, a quién se contrata, quién puede adoptar un niño o quién puede contratar un seguro; si un asesino es un criminal o un enfermo mental, qué indemnizaciones corresponden en un juicio...
XL. ¿Cuáles serían los principales errores del nuevo manual?
A.F. El peor es convertir el duelo normal por un ser querido en una depresión grave. Si pasas más de dos semanas melancólico y sin apetito, ya se puede diagnosticar y recetar medicación. Me parece una ofensa a la dignidad. Todos los seres humanos, incluso muchos mamíferos, experimentan el sentimiento de pérdida.
XL. ¿Alguno más?
A.F. Las lagunas de memoria propias de la edad se convierten en un desorden neurocognitivo. Y, por tanto, una tentación para el abuso comercial.
XL. Pero algo ayudarán las pastillas...
A.F. No hay tratamiento preventivo para las demenciales seniles. No es algo que se solucione con pastillas. Pero creemos que son la panacea y nos acostumbran a ellas desde niños. Para tratar los berrinches infantiles, por ejemplo. ¿Nuestros hijos están más perturbados que los de generaciones anteriores o son víctimas de los intereses comerciales de los laboratorios?
XL. No lo sé. Dígame usted...
A.F. Los niños son muy difíciles de diagnosticar. Influyen factores como la madurez o el desarrollo. Los más jóvenes de clase son los más propensos. Un niño puede parecer muy alterado esta semana y mucho más tranquilo a la siguiente. Deberíamos ser muy cautelosos en el diagnóstico. Y los padres deberían buscar segundas opiniones. Los psiquiatras infantiles a menudo son muy osados y los niños acaban pagando el pato. Según un estudio, el 83 por ciento de los menores de 21 años cumplían los requisitos para que les fuera diagnosticado un trastorno mental. Con el nuevo manual, esta cifra se puede aproximar al cien por cien.
XL. ¿No exagera?
A.F. La historia de la psiquiatría es una historia de modas en los diagnósticos. Las modas vienen y van. De repente, todo el mundo parece tener el mismo problema. Luego, la epidemia pasa y ese diagnóstico desaparece de la circulación. En el pasado se diagnosticaron miles de casos de vampirismo, de posesión diabólica, de neurastenia... Las modas dependen de la combinación de una idea que parece plausible y de nuestro instinto gregario de imitación.
XL. ¿Le preocupa que algunos aprovechen su mensaje para arremeter contra la psiquiatría?
A.F. Yo creo en la psiquiatría. He tratado a miles de pacientes que se han beneficiado. Lo que me preocupa es que la psiquiatría exceda su ámbito de competencia. Un buen diagnóstico y un tratamiento cuidadoso salvan vidas y las mejoran. Pero un exceso también hace mucho daño. Y, a la larga, la gente puede perder la fe en la psiquiatría y no buscar tratamiento, lo cual puede ser fatal.
XL. ¿Y qué se puede hacer?
A.F. Creo que es muy importante defender la normalidad y también la psiquiatría. Tenemos que controlar mejor el sistema de diagnóstico. Y controlar a los laboratorios. Hace falta más psicoterapia para problemas menores y sobra medicación. Necesitamos mecanismos para vigilar los nuevos diagnósticos de manera tan escrupulosa como se hace con los nuevos fármacos. Y debemos gastar mucho más dinero para tratar a las personas realmente enfermas. En los Estados Unidos se han perdido un millón de camas psiquiátricas en el último medio siglo. Estos pacientes han sido abandonados por el sistema.
XL. ¿Dónde trazamos la línea de lo que es normal?
A.F. La mayoría de nosotros somos bastante normales. Lo que pasa es que somos diferentes. La naturaleza es sabia. Ha tirado los dados billones de veces y sabe que la diversidad es la mejor apuesta para sobrevivir a largo plazo. Los humanos no somos tan sabios. Tenemos una tendencia bastante idiota a jugarnos el futuro a una sola carta.
XL. Explíquese...
A.F. Piense en la agricultura y la ganadería modernas. Nuestra fuente de alimentos depende ahora de un enorme monocultivo global de plantas y animales genéticamente homogéneos. No hemos aprendido nada de la hambruna irlandesa de la patata. Una plaga agresiva y pasaremos hambre.
XL. ¿Y qué tiene que ver eso con la industria farmacéutica?
A.F. Mucho. Los laboratorios están decididos a formar un solo monocultivo humano, un hombre estándar. Cualquier diferencia humana se convierte en un desequilibrio químico que hay que tratar con una pastilla. Transformar las diferencias en enfermedades es una de las mayores genialidades comerciales de nuestro tiempo, a la altura de Facebook o Apple. Pero es muy peligroso y muy dañino. La diversidad humana tiene alguna utilidad. Nuestros antepasados triunfaron porque en la tribu coexistían varios talentos. Había líderes narcisistas, seguidores felices de depender del líder, paranoicos que detectaban los peligros, personas obsesivas que hacían bien su trabajo, exhibicionistas que conseguían pareja...
XL. ¿Entonces estamos todos un poquito 'pirados'?
A.F. Darwin decía que si éramos capaces de sentir tristeza, ansiedad, pánico, disgusto o rabia, ello se debía a que todas esas emociones nos ayudan a sobrevivir. Necesitamos llorar la pérdida de seres queridos o nunca los habremos amado de verdad. Necesitamos preocuparnos de las consecuencias de nuestros actos o nos buscaremos problemas. En fin, lo que hacemos siempre lo hacemos por alguna razón...
XL. ¿Se ve usted como una especie de oráculo al que pocos hacen caso?
A.F. Sé que formo parte de una minoría. Pero considero que no es una batalla perdida. Hace unos años, la industria tabaquera era igual de poderosa que la farmacéutica. Además, nuestra causa es justa.
XL. ¿Qué le diría a sus colegas?
A.F. Que se acuerden del juramento que hicieron. El legado de Hipócrates es hoy tan válido como hace 2500 años: sé modesto, conoce tus limitaciones y no hagas daño.
En aquella reunión sus peores temores se confirmaron, quedó petrificado. En esa cita había junto a los médicos una legión de comerciales y delegados de la industria farmacéutica. Todos sus temores se cumplieron. El manual de referencia para los psiquiatras, convertía en enfermedades comportamientos que eran totalmente normales, enfermedades que no eran tales...
Como consecuencia de todo ello en los últimos años se ha producido lo que Allen Frances determina y llama infracción diagnóstica. Se están considerando enfermas muchas personas que en realidad no sufren mal alguno y lo peor, se está provocando que exista una inmensa cantidad de gente que toma fármacos cuyas consecuencias pueden ser fatales. Personas sanas que toman antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos... En España se ha doblado esa cantidad en los últimos 10 años y 1 de cada 5 adultos en Estados Unidos los usa. El 6% de las personas, ya es adicta a este tipo de fármacos.
Y mueren mas por culpa de su adicción a drogas legales que por culpa de su adicción a drogas ilegales. La tendencia se ha confirmado, estamos todos locos según los últimos informes. Todos entramos de un modo u otro en las patologías que aparecen en los manuales. El secreto es que todos somos clientes y que todos podemos, pasar por caja.
¿Somos todos enfermos mentales? Este es el título del libro y la pregunta que se formula Allen Frances. Lo publicó en la editorial Ariel. Este libro también entona el Mea Culpa que le toca. Asegura que el DSM-4 dejó las puertas abiertas para incrementar los diagnósticos debido a que las definiciones que se presentaron eran vagas. Las modificaciones fomentaron falsas epidemias de autismo, déficit de atención (TDA/H), trastorno bipolar una larga serie de diagnósticos inventados por la industria farmacéutica. Según asegura Allen Frances le gustaría haber hecho mas por salvar a personas normales y reducir la facilidad con la que presas farmacéuticas fueron capaces de vender fármacos, pero resultó imposible.
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Cuando revisó los datos descubrió que el 56% de los miembros del comité donde trabajó, tenían alguna vinculación con empresas de fármacos. Y niega la mayor, la afirmación que hacen estas empresas para justificar los costes. Las patentes suelen ser variantes que ya existen y que presentan cambios innecesarios médicamente hablando. Y afirma que en contra de lo que se cree y en contra de lo que tanto afirman estas empresas el mayor gasto no está en la investigación sino en la promoción de los males y establecer relaciones con el sistema de salud a través de médicos, asociaciones de pacientes, organismos profesionales... Se gasta el doble en este concepto que en la investigación científica.
Todo esto ha provocado según el médico, que vivamos en una situación de amenaza para las personas normales como consecuencia del excesivo tratamiento con medicación psiquiátrica. Es la consecuencia de la burbuja diagnóstica.
La mente, la moda y la corrientes generales lo han hecho todo. Gran parte de los enfermos no lo eran hasta que le diagnosticaron algo que no tenía. Eran solo personas preocupadas y se aprovecharon de ellos. El sistema lo hacía, incluso se ha vendido como un estilo de vida, el estar enfermo de alguna dolencia. También echa la culpa a los médicos especialmente a los de familia que recetan fármacos sin un estudio previo del paciente. Que los recetan muy a la ligera. También ellos han sido víctimas de una programación a la que han sido sometidas hasta el punto de que los médicos se han convertido en agentes voluntarios o involuntarios del sistema. Los médicos de atención primaria recetan el 90% de los ansiolíticos, el 80% de los antidepresivos, el 65% de los estimulantes y el 50% de los psicóticos. En total cada año, unos 3000 millones de recetas, la mayor parte de ellas, innecesarias.
Y lo peor es que la mayor parte de las víctimas son niños. Mas del 10% están tomando fármacos. Se han llenado los patios del colegio de medicamentos. Son los que mas han sufrido esta moda diagnóstica. Enfermedades como el déficit de atención se han desbocado. Según Allen Frances, problemas de inmadurez, de relaciones paternofiliales, escolares, se han medicalizado. Tras la publicación del DSM-4, el mercado se llenó de medicamentos caros para tratar la hiperactividad y los agentes comerciales llegaron a las consultas de los pediatras vendiendo pastillas mágicas que evitarían problemas que son típicos de la infancia. El problema se agravó después con la aparición del DSM-5.
Además los mas jóvenes han sufrido otros excesos como es la sobre medicación basada en diagnósticos excesivos de casos de autismo que se han puesto de moda especialmente el Asperger. Niega incluso su existencia como enfermedad independiente o el trastorno bipolar cuyo diagnóstico se ha multiplicado por 40 en la última década a partir de la existencia de cambio de comportamiento en los niños. Este incremento no puede deberse a ningún motivo racional. Lo mas grave (denuncia este médico) es que los fármacos que se usan para tratar este mal, provocan graves problemas.
Los adultos también son víctimas de esta situación. Se han tratado con fármacos la depresión, que en la mayor parte de las ocasiones son comportamientos de pena y duelo que son normales. La tristeza no debería ser un sinónimo de enfermedad. Las enfermedades del ánimo no se pueden curar por decreto y menos con fármacos. Según asegura Allen Frances la epidemia de depresión se ha provocado por culpa de las definiciones imprecisas en los manuales, impulsadas por un despliegue publicitario por parte de la industria farmacéutica.
La glotonería, la melancolía o la adicción al sexo son enfermedades que están alimentadas por una mezcla de interés comercial y de modas en las que el ciudadano se siente como el famoso cuyas noticias a propósito de sus enfermedades, se utilizan como plataforma publicitaria.
Y en el intento de resolver preguntas, se están cometiendo excesos. La crítica no es nueva sin embargo llega desde dentro y la ha efectuado uno de los médicos que mas han contribuido durante el siglo XX al establecimiento del sistema psiquiátrico.
Se trata de una auténtica bomba de relojería, procede del interior. Asegura Allen Frances que hay una serie de fórmulas para acabar con la intromisión de la industria farmacéutica en estos asuntos.
Y cita la necesidad de acabar con la publicidad directa, de acabar con las fiestas, cenas, regalos promocionales que efectúa la industria. Acabar con el apoyo financiero, organizaciones médicas profesionales, acabar con los agentes comerciales en la sala de espera de las consultas, acabar con las muestras gratuitas, acabar con la invitación a líderes de opinión para que informen de la promoción de enfermedades.
Asegura que hay que acabar con la financiación de estas industrias a organismos públicos. Hay que acabar (señala) con las campañas de promoción de enfermedades, con las aportaciones ilimitadas secretas a los políticos. Que sólo haciendo esto, puede conseguirse que no se traten con fármacos, problemas que no son enfermedades.
Por: Bruno Cardeñosa
Ver documental La Verdad sobre la Psiquiatría y El Negocio de los Fármacos:
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